14.4.21

Shameless (2011-2021): ¿ha sido un buen final?

Opinión sobre el final de Shameless (2011-2021), con spoilers del último episodio 11x12, Father Frank, Full of Grace.


Tal vez Father Frank, Full of Grace no sea el mejor episodio de Shameless. La serie de 11 temporadas no ha cerrado las puertas del bar con un épico desenlace. Tampoco era nada fácil darle un final con sentido al protagonista, en una trama tan pegada a la actualidad con la pandemia. Dos preguntas me rondaban por la cabeza. La primera, la más importante, ¿qué le depararía el destino a Frank Gallagher, al patriarca de esta familia de perdedores, supervivientes, aún más durante el confinamiento? La opción de seguir viviendo sin que los excesos no le pasaran factura se sentían como una utopía. Frank tal vez no mereciese morir y menos de covid, solo, en la cama de un hospital. O, tal vez, sí, si nos atenemos a sus decisiones equivocadas en plena pandemia. Frank amanece dormido en el sofá. Los hijos le dan por muerto. Su cuerpo ya no puede más. Parece una derrota, pero en su delirio no lo es. A Frank le da tiempo a escribir una nota a sus hijos, pero la nota acaba perdiéndose bajo los garabatos de su nieta. Nadie la lee, al menos en ese momento. No sabemos si después, sus hijos y sus nietos y sus amigos le tendrán en cuenta. En tiempo real, Frank se despierta y deambula por las calles como un vagabundo, que es lo que siempre ha parecido ser. Coge una mascarilla del suelo y se la coloca de forma improvisada. Solo lo hace porque alguien le increpa. Frank no pertenece a la sociedad, le da igual las reglas. Es un salvaje. Su barrio ya no es el que era, nada parece tener sentido en ese presente en el que los ricos siguen mandando, siguen teniendo las mejores oportunidades, van a comprar sus casas a un precio mínimo para especular, el mítico bar para hacerlo cafetería snob o local de comida microbiótica. Nada nuevo bajo el sol. Los Gallagher no van a triunfar, aunque Lip tenga coco con los ordenadores pero se sabotee a sí mismo. No van a ganar la lotería como en Roseanne. Son basura blanca y siempre lo serán. Aunque terminen la serie cantando y bebiendo en la calle todos juntos mientras ven arder un Tesla. Una metáfora como tantas otras. De hecho, el episodio arranca rompiendo la cuarta pared, contando al espectador que todo tiene un final.


La familia Gallagher está unida, con sus más y sus menos, pero ahí están. Son una piña a pesar de tener un padre tan radical en su forma de ver la vida, que no era otra que vivirla a tope, suicida. O tal vez por eso, por ver cómo podría ser su propio futuro, sus chicos huyen de él. Lip y Tamy a pesar de las penurias podrían tener otro hijo porque la vida continúa. Ian también se lo está pensando, es un trabajador incansable aunque no su inestable pareja no confíe mucho ni en sí mismo. Carl traicionó a la familia al hacerse policía, su postura a lo Robin Hood + Clint Eastwood al poner multas a los ricos es la mejor forma de vengarse dentro de la legalidad, como un caballo de Troya. En este episodio otros Gallagher también demuestran su impotencia ante la peor mano que les podría haber tocado en el juego de la vida, aunque no se resignan. Lip escribe en la matrícula de un rico "toca la bocina si te gustan las vaginas", Ian se enfrenta a una radical proTrump en una tienda, Debbie, que a Frank le recuerda a su mujer "en positivo", ayuda a su nueva novia a robar un cochazo. Solo al pequeño Liam, que se parece a él, recuerda Frank, parece importarle qué le ha pasado al patriarca. A los amigos de la familia Kev y V les desea buen viaje a Kentucky. Adiós.


En realidad, el final de Shameless llega con la muerte de Frank pero también con la separación de esta familia tan unida, ya es hora de que tomen rumbos diferentes. Es poético ver a Frank en una iglesia, cual monaguillo, encendiendo las velas. "¿Llamamos a la policía?", dice una mujer. "No, llama a una ambulancia", responde el cura. Porque Frank no es un delincuente, es un enfermo irreversible. En su delirio por culpa de las drogas, acaba sedado en el hospital, sufre alucinaciones en las que se entremezclan los recuerdos de sus hijos de pequeños, de su etapa más feliz, con el deseo de estar donde siempre ha querido estar, en la barra del bar tomándose una cerveza, solo, en silencio. Y allí, mientras las enfermeras le reconocen a pesar de no llevar identificación, es donde el pobre Frank sucumbe a su propia mortalidad, en bata de hospital y calcetines, sentado en un taburete, con una jarra enorme que se autorrellena de cerveza. Es su sueño, tan banal y absurdo. Frank en su muerte es feliz, no sufre, abraza su extinción sin miedo ni lágrimas. Su voz en off se escucha en los minutos finales, como si nos leyera su carta, esa carta que tal vez sus hijos nunca descubran, pero los espectadores, sus seguidores, sí. No me olvido del segundo gran enigma, el regreso de Emmy Rossum. Fiona no vuelve, pero Frank cree reconocerla en una de las enfermeras: "Qué guapa eres". Estas descubren su enorme tatuaje en el pecho: "No resucitar". Así ha sido Frank, ha querido vivir la vida a su manera, pero sin hacer trampas, hasta que el cuerpo aguantase. 

Una década para dar una ambigua lección: "Todos somos Gallagher", todos somos producto de la misma sociedad, todos, en mayor o menor medida, somos unos perdedores. Pero Frank asume quien es, el loser supremo, y resume su existencia en unas pocas líneas, no hace falta más para entender su filosofía de vida. "Me habría gustado ir a más fiestas". Sin más. Padre, maestro, mentor… escuchamos sus pensamientos. "Se dice que no se debe beber para olvidar los problemas, yo digo que no se debe beber lo suficiente". Y así ha sido Frank, un alcohólico feliz en su burbuja, pero al que sí hay que agradecerle una lección de vida, sus últimas frases, que retumban poderosas en mi cabeza, mientras siento una inmensa pena por dentro: "El tiempo es valioso. Pasadlo bien. Yo lo he hecho". Amen.

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