26.7.19

Crítica. Midsommar, la secta ideal para millenials

Tras rodar Hereditary, una de las mejores películas de terror de 2018, su director Ari Aster estrena Midsommar. No me extenderé mucho en esta crítica porque salí del pase de prensa con una sensación de frustración aplastante. Para entender porqué no me gusta esta Midsomman, aclamada por algunos como otra obra maestra de su director, tengo que comentar que, para mí, lo mejor de Hereditary es toda su primera parte, y que es en el final, cuando da su explicación sobre lo paranormal, cuando, para mí, flojea. Midsommar parece continuar esa ideal del final de Hereditary y, por eso, cuando me preguntan si Midsommar merece la pena, siempre digo lo mismo: Es lo peor de Hereditary. Porque Midsommar se centra en un grupo de amigos que viaja a una aldea inhóspita cuyos habitantes viven en una especie de secta. Como espectador sabes que todo lo que ocurra allí va a ser chungo, a pesar de que el día sea luminoso, todos vayan vestidos de impoluto blanco y los recién llegados llegan en son de paz. El desarrollo de la trama se perpetua durante dos horas y media que se me hacen larguísimas. Sigo viendo Midsommar porque está muy bien dirigida en cuanto a la forma, es elegante, luminosa, vibrante. Pero es en la trama donde no le encuentro originalidad alguna. Más allá de un par de escenas de esas que te sobrecogen en el asiento, que crean tensión (como la del acantilado), el resto de la película se revuelca una y otra vez en la misma idea: que los chicos son ingenuos, que las cosas van a ir a peor. Y así, esperamos a que todo vaya en picado, cosa que ocurre en la última media hora, como algo irremediable. Y es ese pensamiento de "esto es todo no me jodas" lo que me echa para atrás. Cuando conocemos a los chavales no sabemos nada de ellos, se van desgranando algunas desgracias personales, cierta dependencia afectiva, celos competitivos. Una vez que llegan allí, ninguno se mosquea, todos entran por el aro, les hipnotiza el rollo ancestral e idílico, las drogas hacen el resto. Es como ver a unos millenials defendiendo a un okupa que acaba de entrar en su casa. Dudas sobre si hay algo sobrenatural en todo aquello, cuál es el mensaje que me quiere transmitir. No puedo evitar pensar en Hereditary, la vuelvo a ver y comparándola con Midsommar ahora, la encuentro incluso mejor que la primera vez que la vi (exceptuando el final que por ahí no paso). Lo peor de Midsommar es que no me interesa el mundo secta, el sinsentido de las motivaciones de todos para hacer lo que hacen y los actores, excepto la protagonista (Florence Pugh), me la traen al pairo (a Vilhelm Blomgren, el amigo sueco, me lo encuentro luego en la serie Gosta). Lo mejor de Midsommar es su fotografía, la música, lo visual, y una de las escenas más retorcidas del año, la del momento de la cópula, un canto a a fertilidad propio de una zona rural que pocas veces se ve en el cine actual de forma tan explícita.

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